Mamá Rockera
By Mónica Nitro
Comida… ¿Cuántas de ustedes personas lectoras tienen la mala costumbre de comer tres veces al día? ¡O más! La comida está vista desde dos perspectivas diferentes: la primera, con alegría y emoción, cuando se trata de las personas que la comerán; y la segunda, con presión y hasta desesperación, cuando se trata de la persona que la va a preparar.
Yo soy de las segundas.
Preparar la comida de la familia me genera mucho estrés, no soy de esas «mamás de antes», como la mía, como mis tías, mi abuela, que preparan la comida para la familia y al mismo tiempo ya lavaron ropa, hicieron quehacer, llevaron a los chamacos a la escuela, a los nietos, y les queda tiempo hasta para ver Ventaneando.
Yo con trabajos, personas lectoras, preparo arroz, aunque muy delicioso, y frío el guisado, que por lo general, siempre son pechugas con ensalada, de ahí que el Décimo Meridio cante constantemente y con su pequeña voz, «tú sólo me das po lli to«, del Yucatán A go go. Para esas grandes mujeres, todo mi amor y respeto.
Cuando vives sola, y lo hice por varios años, desayunas algo ligero -porque no alcanza para más -, comes en una fonda -porque sale más económico que cocinar-, y cenas ligero, otra vez. Recuerdo que mi hermana de pequeña decidió aventurarse a pasar sus vacaciones conmigo en el pequeño departamento de una y media habitación con baño afuera, pero no compartido, que rentaba cerca de mi amada Universidad. En ese entonces solventaba mis gastos vendiendo enjambres, muy deliciosos, no lo digo yo, lo dicen los más de mil estudiantes de bachillerato y licenciatura que se alimentaron con ellos durante todo el proceso escolar, porque cuando eres estudiante, o compras copias o comes un enjambre.
Por las mañanas y por las noches preparaba los enjambres, así que en el pequeño departamento de San Juan Acatlán, había siempre cereal y chocolate.
Mi pequeña hermana desayunaba cereal con leche, y cereal con yogurt por las noches. Para ella eran platillos muy gourmet y le encantaba, como a mí, todos esos días que compartimos juntas. A mi hermana la recuerdo y la amo con toda mi alma.
Cuando estaba embarazada del Décimo Meridio, si hicieron su tarea de los viernes y leyeron «La tragona de la San Fe«, recordarán que hay dos momentos en mi vida, en los que el hambre fue una necesidad enloquecedora: uno, estando embarazada, y dos, lactando. Pues al ser madre primeriza, millenial, rockera, y exagerada, seguí las recomendaciones de la ginecóloga de la A a la Z, sin saltarme nada. Así que comía de la mejor manera para que el Décimo creciera sano y fuerte. Por las mañanas desayunaba fruta, jugo o licuado, sandwiches, hacía colaciones, y me tomaba mis dos litros de agua diarios, uno de agua de coco porque hidrata más -hasta el séptimo mes que la vomité porque seguro el Décimo estaba harto-, y un litro de agua simple. Por las tardes en la oficina Godín, comía ensaladas del extinto Superama de Calzada de Los Leones (CDMX), porque el Décimo era vegetariano. No pude comer carne hasta el séptimo mes de embarazo. Y yo no sé si todo lo que vivimos en el vientre se vea reflejado a lo largo de nuestra vida, pero hasta la fecha, el Décimo prefiere fruta y verdura, que carne.
Por el contrario, estando embarazada del Mónico, estuve encerrada en casa por la pandemia, vivía con ansiedad y preocupación por toda la incertidumbre del virus COVID-19, pero si le preguntas al Décimo qué sentimientos le provocó la pandemia, él te responde que: felicidad. Y es que quedarte en casa con un niño de tres años, es difícil, pero para uno como adulto que tratas de que no sufra la misma ansiedad que tú. Así que tanto el Vaquero Rockanrolero como yo, le poníamos muchas actividades todo el día, y el estar juntos siempre ha sido su mayor satisfacción. En todos esos meses de encierro, la comida era la menor preocupación, pero al estar todos en casa, los guisos eran más sanos, y no había sentido la experiencia de los antojos de embarazo, hasta el Mónico.
Salsa de tomate (jitomate), ese fue mi mayor antojo del Mónico, pero no la catsup, sino la que es guisada tipo pizzera. Antes de los tres meses de gestación, sólo sabíamos del bebé: mi hermana, el Vaquero y yo. Una noche le pedí a mi hermana que saliendo de trabajar me comprara un Subway de albóndigas con mucha, mucha salsa de tomate. Cuando llegó mi hermana yo ya la estaba esperando ansiosa, y antes de saludarla le pedí mi encargo, a lo cual me contestó que no llevaba dinero y que no lo había comprado, en dos segundos me puse verde como Hulk, y al verme así, decidió terminar la broma y darme el Subway, debió pensar que me la comería. Piensen en ese lugar, esa persona, ese libro, café, playa que les da infinita satisfacción, así me supo el Subway de albóndigas. Piensen en Bruce (Matilda), devorando los tres kilos de pastel de chocolate, así son los antojos del embarazo.
Pues el Mónico en la panza y hasta la fecha, prefiere la comida salada, lo picoso. Le entra a los chilaquiles, a los tamales oaxaqueños de chile guajillo, a los pepinos con Miguelito y tiene la mala, malísima maña de quitarte la comida de tu plato. ¿Han visto la película «Un milagro para Helen Keller»? Hay una escena donde Helen, una pequeña de siete años que es ciega y sordomuda, al no tener «límites» o al ser muy permisibles sus padres con ella, camina alrededor del comedor y va metiendo sus manos en los platos de toda la familia, quitándoles su comida y llevándosela a la boca con las manos, hasta que la nueva institutriz, Annie Sullivan, le da un manotazo y la enseña a comer adecuadamente. Bueno, el Mónico disfruta comer de otros platos, cosa que yo no le permito, pero siempre se acerca sigilosamente a mirar por encima del plato del Vaquero, le echa una miradita y le enseña su hermosa y traviesa sonrisa, así que ahí está el Mónico comiendo, aunque no con las manos ni grosero como Helen, del plato de alguien más. Glotón y travieso.
Yo soy más como Joe (Friends), no tolero que coman de mi plato, no comparto ni el agua, es mía, si no como me muero. Aunque en los conciertos no me sucede eso, no como. En mis tiempos, porque ya me aplica esa frase, cuando ibas a un concierto no llevabas más dinero que para el levanta borrachos (camión que sale de Chapultepec) que te acerca a tu casa, o para el Metro, y tenías que salirte 20 minutos antes de que terminara el concierto para alcanzar al último tren; algunos sí llevaban dinero para cerveza, agua, la playera del «wey éste» al final del toquín y hasta para los tacos de «La Lupita» (Cuautitlán). Hoy en día, pagando el boleto del concierto a seis meses sin intereses, algunos más pudientes llevan dinero hasta para comer y salir totalmente ebrios del concierto. Y entonces estás viendo en la sección B o las gradas de hasta atrás del Foro Sol, a tu banda favorita, cuando pasa el de: las mini pizzas, los Dorilocos, los tacos de canasta, las Maruchan, y algo que me parece muy, pero muy extraño: las donas glaseadas.
Las donas se comen con un cafecito, un chocolatito caliente, acostada viendo Workin’ Moms, pero ¿en un concierto? O qué tal cuando estás sentada en la arena de Acapulco y pasa la de las trencitas, las pulseras, la foto con la víbora, los tatuajes de henna, y el de las donas de chocolate. Donas derretidas en un clima de 35 grados Celsius con sensación calórica de 45°, y aún así, la gente las compra, ahora sí que cada quien. Las donas me recuerdan a una experiencia paranormal. Justo estando embarazada del Mónico, ya que todas sabían de su existencia, una prima del norte muy hermosilla perdió su vuelo de CDMX a su casa, así que pasó una noche con nosotros y como en donde radica no hay donas Krispy Kreme y son muy ricas, no tanto como los enjambres, compró una docena surtida sin saber que perdería el vuelo. Así que llegó a casa con su maleta y las donas. Esa noche cenamos donas de diferentes sabores, yo escogí una de temporada que es de trufa, y la verdad es que es de lo más rico que he probado en postres. Yo entendí que las sobrantes nos las dejaría porque ella es una muy buena persona y yo muy glotona.
Toda la noche me la pasé pensando en la dona de trufa que desayunaría por la mañana. Cuando Décimo Meridio me despertó, mi prima hermosilla ya se había ido al aeropuerto, pero ahí seguía la caja de donas, así que le preparé el desayuno al Décimo, puse a calentar mi leche y llegaron mi mamá y mi hermana de visita, olvidé las donas y desayuné otra cosa. A la mañana siguiente me desperté saboreando de nuevo la dona de trufa, pero ¡oh sorpresa! Al abrir la caja, la dona, mi tesoro, my precious, no estaba. Esa triste tragedia pasó hace cuatro años, tenía tres sospechosos: mi hermana, que negó habérsela comido; mi mamá, que negó también habérsela comido; y el vaquero, que lo negó y lo negó. Yo no podía creerlo y sabía que una de esas tres personas se la había comido, pero como me tenían miedo, lo negaron todo. El Vaquero llegó a decirme que me había despertado en la madrugada y me la había comido. Era tanta mi frustración por no encontrar la verdad, que llegué a aceptar que yo, Mónica Nitro de seis meses de embarazo, me había levantado medio dormida a las 4 de la mañana, a comerme la dona de trufa.
Pasaron cuatro años y mi prima del norte volvió, salimos a varios lugares de la CDMX y en la última noche, viendo perder al Cruz Azul en el Azteca, me confesó que ella se había llevado la dona antes de irse al aeropuerto. ¡Mi dona! ¡Mi dona¡ ¡Mi d o n a! Yo como Ross (Friends) no podía creerlo y aún no puedo creer que durante cuatro años no supe quién se había comido MI DONA. Prima, si estás leyendo esto, escucharás desde el sofá gris de la casa, como te grito exasperada e infartada con los dedos cubriendo mis ojos: ¡M i d o n a!
Fotos: Internet
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