julio 27, 2024

Diciembre es un mes de mucho ajetreo. Todavía no cobramos el aguinaldo y ya estamos pensando en qué lo vamos a gastar, o peor, ya hasta lo debemos. Los niños van menos días a la escuela, y los maestros ansían las vacaciones, tienen un pie en los ensayos del festival y otro en las playas de Veracruz. Diciembre, creo yo, es el mes más esperado del año; no sólo es la época donde se reúne toda la familia, se disculpan, se perdonan, prometen verse más seguido, criticar menos, abrazar más; sino que ese mes sirve también como un cierre de ciclo en la vida de las personas, el resumen de lo que hicieron y dejaron de hacer, de las promesas por cumplir y de aquello que queremos se quede en el pasado.

Para mí, diciembre es más que especial. Cuando salí de la universidad, empecé a trabajar como fotógrafa de Santa Claus, así es, tengo influencias con los grandes. Lo más bello de ese empleo, es ver la cara de los niños cuando pasan a saludar al barbón. Entran corriendo al set, lo abrazan, sonríen, les brillan los ojos, se emocionan al leer su carta, algunos dan saltos y otros la verdad lloran porque le tienen miedo. Viví tantas experiencias en ese empleo, que las atesoro con cariño, estuve seis temporadas mirando esos pequeños rostros, sonriendo al igual que ellos pero desde el objetivo de la cámara; ahí conocí al verdadero Santa, formé una familia con el equipo de trabajo y sobre todo, descubrí lo que es la ilusión.

Mamá Rockera

Seis años de los que fui partícipe de las vidas de esos pequeños, pues hay familias que cada año asisten a los centros comerciales a tomarse la foto con el susodicho. En una ocasión tomamos la foto a una familia de 32 integrantes, Santa casi ni se veía. Hay quienes van vestidos con pijamas navideñas, otros con trajes y ropa muy elegante, y no faltan los que casualmente pasaban por ahí y decidieron aprovechar el momento. Pedidas de mano, declaraciones de amor, cumpleaños sorpresa, y hasta reencuentros amorosos, de todo vi en ese ser luminoso. Como fotógrafa de una estrella que es más aclamada por los infantes, aprendí a dirigir la atención de los niños a la cámara, fui conocida por el grito: «mira a Rayo McQueen», y enseguida niñas y niños ilusos volteaban a verme, hoy en día no sé qué les gritaría, hay tantos personajes que seguramente tendría que mencionar a un youtuber (Santa me libre).

Lo que más gracia me hacía, era que tomaba la foto y escuchaba a las mamás decir: «sonríe bien». Cuando miraban la foto, el niño salía con una sonrisa apretada, un ojo más cerrado que el otro y una confusión en su rostro pensando: ¿cómo es una sonrisa «bien», mamá? Los y las niñas no se complican con eso, son honestos con lo que sienten aunque no sepan nombrarlo; luego se les ocurría decir: «pero enseña los dientes», y los pobres parecían caballos relinchando. También pasaba que las mamás pedían repetir la foto porque «los niños salieron mal», y cuando la volvíamos a tomar, casualmente la mamá se quitaba el suéter, se retocaba el maquillaje, cambiaba su posición y sonreía más segura que en la anterior fotografía. Los niños siempre salían como tenían que salir, felices (a excepción de los chillones, claro).

Mamá Rockera

Dejar de ser la fotógrafa de Santa no fue una decisión fácil, pero ahora me tocaba ser yo quien llegara dos minutos antes del cierre el 24 de diciembre, último día de Santa, para tomarme la foto con el barbón y con Décimo Meridio. Ahora yo soy esa mamá que se peina y maquilla y ni se fija que el niño trae el gorro tapándole la cara. Entrar a un centro comercial es oler la Navidad, tal vez no me sepa explicar, pero pasamos sesenta días (incluyendo Reyes Magos), trabajando sin descansar, excepto dos días, en una plaza, cuidando y compartiendo nuestros días con un personaje que si es bien representado, llevarás con amor toda tu vida. (In memoriam Lalo Santa).

Esta columna es la última del año, dejaré que disfruten estas fiestas decembrinas sin el nerviosismo y la emoción de leerme cada viernes, o últimamente en domingo; y quiero cerrar con algo muy personal que espero influya un poco en sus vidas.

Como bien les he comentado, personas lectoras, antes que un personaje soy una persona, y diciembre no es sólo especial por el tema de Santa Claus o por el convivir con la familia. En diciembre es mi natalicio, y aunque no cae en quincena, tuve varias celebraciones, obsequios, cariño y muestras de amor durante la mayor parte de mis cumpleaños, sin embargo, hace dos diciembres que me deprime llegar a ese día, y no, no es por la edad, ya que si ustedes me llaman por teléfono parezco de seis años, y si me leen de viva mano, mi letra es tan infantil que cuando le ayudé a Décimo Meridio a escribir algunas tareas, la maestra nunca se dio cuenta de que fui yo. Ahora si me lee, ya lo sabe.

Hace casi tres años, mi familia y yo, incluyendo a mis criaturas, tuvimos un accidente automovilístico en un estado del norte del país, un lugar al que apreciaba por las personas que quiero y en él habitan, del que he disfrutado su comida, sus playas, aunque no el calor, y del que ahora no sé si seré capaz de volver a pisar. En nuestro día a día escuchamos frases que se repiten una y otra vez hasta que se vuelven clichés, pero que cuando te toca vivir ciertas situaciones, aplican en demasía a tu vida. Por ejemplo, «vive un día a la vez», «uno nunca sabe cuándo será su último día», «vive el hoy como si no hubiera mañana», «siempre despídete, nunca sabes si lo volverás a ver», o «todo tiene solución, menos la muerte».

Pues hoy, todas esas frases clichés aplican en mi vida. Ese día de mayo en que sufrimos el accidente, dejé de creer en todo lo que creía, de existir como existía, de vivir como vivía, y de sonreír como lo hacía. Por la mañana de ese día de mayo, me encontraba de frente al mar, caminando sobre una duna gigante y viendo sonreír a las personas que tanto amo; tengo grabada en la memoria la sensación de paz, de tranquilidad, de armonía. Por la tarde de ese día, sentí que podía cerrar los ojos y que esa paz ahí seguiría, pero cuando desperté todo era oscuridad y me encontraba en otra vida, una que aún no puedo comprender. Ese día de mayo dejé de creer en la vida, perdí todo lo que sabía de mí; esa noche de mayo, sentí el dolor más grande al descubrir que mi hermana se había ido como se fue el atardecer.

«Uno nunca sabe cuándo será su último día»

«Uno no experimenta en cabeza ajena», así es la muerte. Sabemos que existe, que va a pasar, le rendimos homenaje y hasta creamos figurillas con su supuesta imagen, pero no la entendemos, no la creemos hasta que pasa cerca de nosotros. Si no has perdido a un ser querido, y qué bueno, puedes comprender la tristeza de quien está pasando por una pérdida, pero no eres capaz de sentir ni saber cómo puedes reaccionar ante esa situación. Es decir, yo había tenido conocidos, amigos que habían perdido a sus papás, abuelas, hijos, pero más allá del «lo siento mucho», nunca supe qué más hacer. Te lo voy a decir.

En la muerte no hay palabras que ayuden, nada va a remediar la pérdida de un ser amado, pero sí hay acciones que pueden contribuir y aligerar el proceso de duelo. Si son religiosos, puedes ayudar con la cena para los asistentes a los rosarios; si no lo son, de todas formas la comida es una ayuda. En esos momentos todo se nubla, la mente olvida el hambre, pero no el cuerpo, así que si puedes, lleva de comer a la familia, ayuda a limpiar su casa, a cuidar a los niños o niñas que ahí vivan. Los abrazos nunca están de más, no necesitas decir nada, abraza tan fuerte que por un segundo esa persona sepa que con todo y su dolor, tendrá que seguir adelante y ahí estarás para jalarla y no dejarla caer.

Evita las frases: «deja que descanse en paz», «el señor sabe lo que hace», «no llores», «sigue adelante». Cada persona vive el duelo de diferente manera, y no es que yo ahora sea una experta, de hecho vivo un día a la vez, y aún siento mucho dolor, pero en el camino vas aprendiendo cómo lidiar con éste y habrá personas que te acompañen hasta el final y otras que tendrás que soltar y te soltarán, después de la muerte, ya no necesitas cargar de más.

Llora todo lo que tengas que llorar, enójate con la vida, con la muerte; pero un día, en un momento del día, recuerda todo el amor que le tienes a esa persona y todo lo que ella sentía por ti, ahí encontrarás la fuerza para seguir, porque, personas lectoras, el mundo sigue girando, el sol sale todos los días y el hambre aumenta con el paso de las horas, nada ni nadie se detiene con la muerte, eso es lo que más pesa al principio. Agárrate de todo lo que te funcione para lidiar con el dolor; yo no soy religiosa, y así estoy bien, pero si eso les ayuda, tómenlo, lean libros de tanatología, vayan a terapia, escuchen de las personas sólo lo que les ayude, eliminen lo que no sirva, y sobre todo piensen en cómo quisiera esa persona verlos en vida.

Una amiga me dijo, entre otras cosas, que después de la muerte suceden cosas que podemos o no relacionar con nuestros difuntos, pequeñas señales de que están bien y siguen con nosotros, yo decidí creerlo. A mi hermana y a mí nos gusta mucho Siddhartha, sus letras y melodías nos acompañaban en nuestras reuniones, ese año la llevaría de cumpleaños a conocer Bacalar, justo por el track tres del álbum «El vuelo del pez». A principios de este año, el músico anunció una fecha en el Foro Sol, precisamente el día de mi cumpleaños. Sea cierto o no, yo decidí que ese era el regalo que de alguna manera ella tiene para mí, y lo tomé, acepté que después de dos natalicios con sentimientos encontrados, esa noche estaría ahí, de pie, llorando tal vez, pero cantando fuerte, fuerte «Bacalar», por ella, por mí y por todas las personas que amo y que saben que siempre estaremos para apoyarnos en las buenas y las muy culeras.

Espero no haberlas deprimido, personas lectoras, cierro este año recuperando pedacitos de mí, uno de ellas es esta columna. Diciembre es pues, un mes de cursilerías, pero les prometo que en enero hablaré de partos, pezones agrietados y cosidas de cola.

Les deseo de todo corazón lo mejor de la vida, disfruten a su familia, a sus amigos, y recuerden que efectivamente todo tiene solución, menos la muerte.

¡Feliz Navidad, feliz año nuevo!
¡Feliz cumpleaños para mí! Que el universo nos una esa noche siendo «únicas». Siempre con nosotros Babysh, siempre.

Nos leemos pronto. Vivan y dejen vivir.

Au revoir!

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