diciembre 20, 2024

Conexión Rock

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Valiente, tú

Ésta es la tercera parte de un amor/dolor, pero no el fin de una historia, sólo de un capítulo de mi vida.

 

Desde niña la música me acompaña, mis abuelos eran excelentes bailarines, aunque serio, mi abuelo disfrutaba bailar Cha Cha Chá, danzón, mambo, acompañado de Anita, chaparrita, alburera y valiente, mi abuela además bailaba rock & roll, recuerdo que cada fin de semana, nos reuníamos (5 tías, un tío, mi mamá y mis primos y primas), en casa de los abuelos, no en el restaurante, ese es de mi época, sino en verdad en la casa de mis abuelos.

 

Por las tardes, ponían un CD mix de fiesta en el estéreo y todas nos poníamos a bailar, cada sábado era una fiesta en ese departamento de El Rosario; así que la música y el baile siempre han estado presente es mi vida, aunque no tolero toda la música, soy feliz con el rock, puedo bailar el popurrí de las fiestas tradicionales con globos y antifaces, y puedo cantar en el karaoke la versión de Thalía de «El próximo viernes», pero hasta ahí. Y bueno, en mi pubertad fui fan de «Uff», cosa que mi hermano disfruta echarme en cara cada que surge una plática de recuerdos. Lo bueno es que cambié de gustos. 

Después de parir a Décimo Meridio, de besar su frente y agradecerle a los médicos entre lágrimas, me pasaron a la Sala de Recuperación, sin Décimo Meridio, acompañada de otras cuatro mujeres en la misma situación. Ahí, las dos enfermeras de turno escuchaban las clásicas de las mamás de antes: «Soldado del amor«, de Mijares; «Bella señora», de Emmanuel; «Así fue», de Juan Ga; «La gata bajo la lluvia», Rocío Durcal; etc. Todas esas que cuando trapeamos nos ambientan el escenario.

Era inevitable cantar con la mente, aunque las demás partes de mi cuerpo aún estuvieran en conmoción por el parto.

La música siempre ayuda a cualquiera de tus estados de ánimo. Una hora después entró una enfermera con un bebé envuelto en una cobija rosa y me lo dio, me dijo: «tienes 15 minutos para amamantarlo», pero yo rechacé al bebé, pues las cobijas rosas eran para niñas, sentí que el trauma de telenovela era real y me habían cambiado a mi hijo, a lo cual la enfermera con tono severo me dijo: «es tu hijo, pero ya no había cobijas blancas limpias»; lo cargué y de inmediato revisé su tetilla derecha, pues el pediatrita me mostró una verruga con la que nació (después de unos días se le cayó), y así pude comprobar que era mi pequeño.

«1. Cargas a tu criatura con un brazo, lo inclinas hasta que su mentón toque tu pecho, que abra bien la boca para que abarque la mayoría de la aureola y pueda succionar.


2. Colocas la otra mano en forma de «C» a tres centímetros por arriba del pezón, te inclinas un poco hacia la criatura, y aprietas suavemente el pecho.


3. El bebé succiona, se alimenta, se nutre, se fortalece, crece, se casa, succiona pero a su mujer (u hombre), y fin».

«Come, Décimo Meridio, come«, recordé cada paso de mi clase de lactancia, pero no funcionó, Décimo no tenía el menor interés en succionar la leche de mi pecho, estaba dormido, y me quedaban 10 minutos para que comiera o le daría inanición.

Mi pezón izquierdo se había escondido, y por más que intentaba con el derecho, no tenía éxito. La enfermera pasó por el Décimo y ahí empezó mi primera angustia materna. A mi lado estaba la mujer que parió en medio de la sala de Gineco, tenía 19 años y era su tercera niña, me contó que después de tener a la segunda, pidió que le realizaran la salpingo, pero los médicos no autorizaron porque apenas tenía 17 años, qué razonamiento, y ahí estaba con otra pequeña, aunque no es excusa, por supuesto.

Mientras la enfermera revisaba su suero, ella me dijo que ya no le había dolido el parto, a lo cual la enfermera dijo, manipulando la solución salina, «Pues no, ya después del segundo hijo, salen como agua, imagínate cómo has de tener ahí que ni sentiste«.

Sí, yo también pensé lo mismo, que enfermera tan grosera, pero la mujer y yo sólo nos miramos con ojos de niña regañada. Otra enfermera entró y me dijo: «salimos a avisar que ya nació tu bebé, pero nadie respondió por ti».

¿Acaso el Vaquero se dio a la fuga? La niña me volteó a ver y me dijo: «no te preocupes, seguro salió por algo de comer». Regresó la enfermera y le dijo: «salí a buscar a tu familiar y no había nadie». ¡Pum! Ahí estábamos las dos recién paridas, abandonadas, bueno no, días después me enteré que el Vaquero dejó a tres encargados y estos nunca escucharon mi nombre, ¿o se habrá arrepentido de huir? Jajaja

 

En el trayecto a Piso, el camillero escuchaba a Café Tacvba, «María» me acompañó hasta mi cama en donde recibí al pequeño rosado, tanto por la cobija como por su tono de piel, y otra vez traté de darle de comer, pero nada.

Vomitó la leche en polvo que le habían dado abajo, hizo popó negra como debe ser, y era tan pequeño que me daba miedo aplastarlo si me dormía. Cuando entró el Vaquero a verlo, nos abrazamos, después le reclamé que me había abandonado, luego nos volvimos a abrazar.

Ahí estaba con sus 49 cm y 2.605 kilogramos. Tan lacio que bien pudieron cambiármelo si no fuera por la verruga de la tetilla. Es tan incómodo el pos parto.

Entre que no sabes bien qué hacer con la criatura, miras a las demás mamás expertas en lactancia, con sus niñas de tres kilos y medio, pechos firmes con abundante leche, y miras los tuyos con un pezón hundido y apenas alcanzando la talla #34, mientras el Décimo ya un poco amarillo por la falta de alimento, sigue dormido y no tiene ganas de despertar. Además de que el sangrado continúa y si te abrieron para que el niño pudiera salir, la incomodidad y el dolor continúan.

Te dan una toalla que debes apretar porque ni calzones traes, te levantas al baño y ahí vas con una mano en la toalla y otro en la bata. Para ese momento yo sólo quería que amaneciera y poder irme a casa.

«Porque yo sí te amé.
Pero a ti sólo te alcanzó para quererme.
Al parecer mi amor jamás fue suficiente,
ya no me queda presumir que fuiste mía
¿Ya para qué?», cantaba la enfermera de la mañana mientras pasaba a revisar los signos vitales de mamás e hijos, canción de «La Arrolladora Banda el Limón«; ese set fue bastante norteño, y para mi sorpresa, Décimo Meridio empezó a comer de mi pecho.

A las dos horas me avisaron que me darían de alta, con ayuda de mi mamá, me bañé apresurada, vestí al Décimo Meridio con su diminuto pantalón azul cielo, su chambrita que le dio su Bis Chata, seguramente tejida al ritmo de un Cha Cha Chá, una cobija, dos cobijas, tres cobijas… ocho cobijas, mi gorro, suéter, tenis y ahí se ven. A las 17 horas salí con un bulto de cobijas en un día soleado y con mucho sueño, pensando en el momento en que había superado el temor del parto, que había sido valiente para que Décimo llegara seguro y saludable, pero no sabía que es era mucho más valiente, y que cada día me sorprende con su inteligencia.

Hace dos días le sacaron cuatro dientes de leche, todos en menos de una hora, en ningún momento, recostado sobre la silla azul, volteó a verme, sólo escuchaba las indicaciones de la dentista, hacía observaciones curiosas y se dejaba manipular la boca. Valiente, tú, pequeño mío, que el miedo no abunda en ti, que estás seguro de tus conocimientos, de tus gustos, de tu cabello largo, de que un día serás astronauta y aunque regreses de tu viaje a Marte, y yo esté muerta (así narra el futuro), sabes que viniste a este mundo un 21 de septiembre a traer paz y mucha luz a mi vida.

Nos leemos en otro lun… viernes de Mamá Rockera.

¡Vivan y dejen vivir!