¿Cuántas veces hemos escuchado los gritos alebrestados en un concierto de rock o ska que aclaman «chichis p’a la banda, chichis p’a la banda? Infinidad.
Cualquiera que haya ido a un toquín lo ha pronunciado, gritado, y hasta disfrutado. Quienes lo hacen, lo hacen con gusto y sin temor a nada, sin importar la cantidad que tengan de grasa del tejido mamario, ni la forma o el color, simplemente atraídas por el fervor de las masas y la música, arriba de un amable sujeto que las sostiene mientras alzan sus blusas dejan sus tesoros a la vista de todos.
Honestamente en varios conciertos me quedé con ganas de hacerlo, por ejemplo en el Vive Latino de 2008 con » La Bolsa» de Bersuit Vergarabat, o qué tal en 2012 con su Majestad Silverio; hasta con «La Bota» de Mi Banda El Mexicano, en el Coordenada de 2018, sin embargo nunca lo he hecho. Mi hermano siempre me decía «ni se te ocurra» cada que íbamos al Rock Chavitos en el Palacio de los Rebotes. Pero no me lo decía por machista, sólo intentaba proteger mi autoestima, continuaba la frase diciendo: «te van a gritar: bajen a ese niño«, y es que bueno, yo saqué los pechos de mi papá.
Pero no se preocupen personas lectoras no me acompleja mi cuerpo, aunque sí es incómodo cuando eres la única en la familia con los pechos de su papá; por ahí escucho a mis tías decir: «son horneadas» (Saladitas). Debemos aceptar lo que tenemos y lo que no, lo que queremos y lo que nos tocó, al final el azar de la genética es quien decide, y puedes o no ejercitar lo que no alcanzaste en la repartición, y a pesar de la negación, todo cuerpo envejece, menos el de Maribel Guardia, por supuesto.
Hasta esa época de los Vive Latino sin fases, mis pechos no habían sido vistos en público. De hecho, otro de los lugares, y que no es un table, donde se escucha el coro «chichis p’a la banda«, es en los bares donde toca un grupo de covers y hace una dinámica en la que, principalmente, mujeres se suben al escenario a bailar y pues como el diablo es puerco y la carne débil, alteran el juicio de los asistentes mostrando sus pechos para ganarse una cubeta de 10 cervezas bien frías.
En un bar de ese estilo, perdido en un municipio al norte del Estado de México, me subí en tres ocasiones a participar en la dinámica antes mencionada. En ninguna ocasión enseñé mis bubis. Dos veces seguidas gané la gloriosa cubeta de cervezas; la primera, mis amigas me bajaron cargando del escenario cual victoriosa bailarina; la segunda, tuve poca competencia y «Rastaman-Dita» me ayudó a inspirarme.
La última vez, en el mismo lugar, una semana después de mis dos victorias, pasó algo diferente. Pese a que el público conocedor me aplaudía y gritaba, admito que conocía a varios, el gerente del lugar le hizo una seña al mesero y la cubeta fue entregada a la otra finalista. Dos minutos después, sentada en la periquera hablando sobre el evidente fraude, el mesero llevó una cubeta con 10 cervezas y me guiñó el ojo. Las siguientes veces que me subí a una mesa a bailar al compás del rock, fueron sólo por diversión y siempre estuve acompañada, y con la blusa en su lugar.
Pero una persona vendría a cambiar la reputación y tejido de mis pequeños pechos. La lactancia materna es decisión de cada mujer, aunque está cien por ciento recomendada por sus más de mil proteínas, enzimas, vitaminas, minerales, hormonas, anticuerpos etc. que contiene, cada mujer decide de acuerdo a sus necesidades y actividades, recursos y alergias, si lacta o no a su bebé. Bueno, pues la Mónica Nitro en su primer embarazo, decidió que daría pecho a su primogénito. ¿Qué tan difícil puede ser sacar el pecho y que el otro lo succione? Ustedes sabrán qué responder.
Un día antes, sin saberlo, de que naciera el Décimo Meridio, acudí a una clase de Lactancia Materna impartida por una fundación en la que habíamos ocho mujeres, más la guía. Algunas con bebés en brazos, otras embarazadas como yo, y otras como acompañantes.
1. Cargas a tu criatura con un brazo, lo inclinas hasta que su mentón toque tu pecho, que abra bien la boca para que abarque la mayoría de la aureola y pueda succionar.
2. Colocas la otra mano en forma de «C» a tres centímetros por arriba del pezón, te inclinas un poco hacia la criatura, y aprietas suavemente el pecho.
3. El bebé succiona, se alimenta, se nutre, se fortalece, crece, se casa, succiona pero a su mujer (u hombre), y fin.
¿Fácil, no? Pues no, lactar no es tan fácil y por lograrlo nadie te da 10 cervezas en una cubeta, aunque las abuelas crean que la cheve da más leche, en realidad no está comprobado, al contrario, puede alcoholizar a la criatura y luego a los 30 uno se pregunta por qué toma tanto.
Después de hora y media de clase y varias anécdotas, regresé a casa cual universitaria egresada y lista para amamantar. Al día siguiente nació Décimo Meridio, había llegado el momento de TODO, y cuando la enfermera me lo entregó en la sala de recuperación, dijo: «tienes 15 minutos para que coma, después me lo llevo«.
Me puse tan nerviosa, ordené en mi cabeza con mi cuerpo adolorido, cada uno de los pasos aprendidos. Uno, cargas a tu criatura… Dos, formas una «C»… Tres, succiona… succiona ¡Décimo, succiona!
Pues no, personas lectoras, Décimo Meridio no tomó su calostro hasta el siguiente día, pues tardé varias horas en que agarrara el pezón, así que en el hospital le dieron leche en biberón.
Que si el bebé prefiere dormir y no estimula la bajada de la leche, que si el pezón de la mamá está invertido, se hunde, se aguada, la lactancia ya no parecía tan sensilla, y lo peor, ya que agarra ritmo tanto la mamá como el bebé, se te agrietan los pezones, duele y se forman costras y como el bebé sólo se alimenta de tu leche, y optaste por la libre lactancia, sangras, lloras, cicatriza, y otra vez, al menos los primeros días. Claro que hay mamás a las que les fue muy bien en la lactancia, yo le doy voz a las que lagrimeamos cada que el bebé comía.
Dicen que cuando amamantas te crecen los pechos, y sí, crecen, pero son traicioneros. Pasada la etapa de las costras, unos cinco días después, ya que la lactancia parecía más sensilla y empezaba a ver el proceso de una manera más tierna y menos dolorosa, al despertar me di cuenta que algo en mí había cambiado. Me miré al espejo y me sentí Sabrina, me emocioné tanto que olvidé las clases de la fundación. Por fin parecía una 38 B, las podía mover de un lado a otro sonriendo de oreja a oreja y pensando: «Al rato que me vea el Vaquero Rockanrolero». A las cuatro horas estaba llorando, recostada en el sillón, con fiebre y un dolor horrible en mis nuevos melones. Resulta que si la leche se acumula, la «llenura de la mama» se congestiona, porque la criatura no succiona toda la leche y entonces se hacen «grumos» o sea bolas de leche dura que provocan bastante dolor.
Después de varios masajes, compresas frías y mucho lloriqueo, la leche empezó a bajar y mis melones volvieron a un tamaño más razonable, aunque no deseable.
Las primeras semanas con público presente, me colocaba una manta para cubrir mi pecho mientras lactaba, pero al Décimo no le gustaba y la manta terminaba en el suelo y mis bubis de fuera.
Al principio fue muy incómodo, pero estaba con mi familia, luego se me hizo más sencillo lactar sin cubrirme, sin prejuicios y sin pesar más que en Décimo y en mí. ¿Es agradable? No tanto, siempre hay quien te está mirando, pero aprendes a echar ojos maliciosos a los morbosos y ojos amorosos a tu criatura.
Recuerdo la primera vez que amamanté enfrente de dos amigos de la secundaria, sus ojos no sabían a dónde girar, y sus risas nerviosas los delataron. ¡Son pechos! y son del Décimo, ya ni siquiera míos ni del Vaquero.
Nunca pensé en mi vida de soltera, que enseñaría las «chichis» a infinidad de personas, más que en un concierto. La realidad es que las dos veces que amamanté, muchas personas me vieron, ¿me importó? La verdad no. Ahora sólo amamanto a uno y es en privado (😁).
Si usted ve a una mujer lactando, no la mire, dele privacidad, aleje su morbosidad y si es mucha su curiosidad, pídale a su mamá que le recuerde cómo lo hacía con usted, y cantemos juntos:
Changüich a changuich a
Changüich a la Chichona
Changüich a changuich a
Changüich a la Chichona
Changüich a changuich a
Changüich a la Chichona
Changüich a changuich a
Changüich a la Chichona
Nos leemos el próximo viernes de «Mamá Rockera».
¡Au revoir
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