Mamá Rockera
By Mónica Nitro
Las acciones ilegales no son lo mío, por muy pequeñas que estas puedan ser, mi yo honesto y la voz de mi mamá, me dicen NO LO HAGAS. Peeeero, hubo una ocasión en que la masa me obligó a efectuar una acción ilegal, que la verdad, y no se lo digan a mi mamá mucho menos a mis criaturas, lo disfruté.
Continuando con las historias de los festivales de rock, el famoso Vive Latino cuando aún no existían las horribles fases, sufría de estas situaciones ilegales que si no estaban preparados los encargados de Seguridad, los resultados podían ser muy catastróficos. Era el año 2005, el cartel era bastante atractivo: Jarabe de Palo, Vicentico, Molotov, Botellita de Jerez, Babasónicos, Zoé, Pericos, Porter, había de todo un poco y para todos. Llegó el 16 de abril y mi hermano y yo ya teníamos nuestro boleto listo, pero su novia no, así que nos aventuramos a buscar a algún revendedor en las inmediaciones del Foro Sol. El problema fue que estaban demasiado caros con los amigos revendedores y corríamos el riesgo de que fueran falsos.
Ante la incertidumbre y la presión de que ya estaban tocando algunas bandas, mi cariño por la novia de mi hermano pasó de 5 estrellas a menos dos, y la mirada de amor hacia mi hermano, pasó a mirada furiosa, pero no pronuncié palabra alguna, mi comunicación no verbal lo dijo todo.
Pasada una hora y después de caminar de un extremo a otro por la puerta 5, se empezó a juntar toda la banda que no traía boleto, algunos skatos, rockeros, punks, emos, hippies fresas, y de más, por ahí algún inteligente empezó a gritar: ¡portazo, portazo, portazo! Otros continuaron con: ¡a ver, a ver a qué hora! Y los más tímidos sólo chiflábamos de forma nerviosa.
Mi hermano, agotado sin saber qué hacer, estaba a punto de sacar la cartera cuando… ¡portazo, portazo, portazo! Varios sujetos con los gorros de las sudaderas puestos nos empezaron a empujar y todos los presentes de la puerta 5, con todo y la policía montada, logramos, y me incluyo con mi 1.66 cm de altura y mi voz chillona, entrar a la fuerza a la primera línea de contención del Foro Sol. Más de cien personas extasiadas corríamos por el asfalto del Autódromo Hermanos Rodríguez sin saber si lo lograríamos o no.
De nueva cuenta los que logramos llegar sin golpes ni raspones a la segunda revisión de boletos y a la entrada del festival, nos reorganizamos para gritar ¡portazo, portazo, portazo! Mientras unos a los otros nos empujábamos para derribar las vallas y, sin que me dé orgullo, a la plantilla de seguridad. Mi hermano trataba de cuidar tanto a su novia como a mí, y justo cuando la infantería callejera había derribado tres accesos, los policías llegaron con las macanas de fuera a soltar macanazos a quien se le atravesara en el camino.
Un poco asustados, pero muy cerca del objetivo, mi hermano, la cuñada del momento y yo, corrimos hacia uno de los accesos libres y justo cuando pasamos, como película de western, un policía se bajó del caballo, jaló y golpeó al sujeto que estaba detrás de nosotros y que ya no pudo entrar. Después de correr 50 metros, los tres nos dimos cuenta que lo habíamos logrado, nuestro primer y único portazo había sido exitoso. Aún con adrenalina y algo de nervios, tratamos de disimular y mostramos nuestro boleto a los policías que estaban corriendo a auxiliar a los demás.
Sorpresivamente un sujeto de sudadera negra se nos acercó al oído y nos dijo: te compro tus boletos. Mis ojos brillaron y el sonido de la caja registradora pasó por mi mente, de inmediato mi hermano y yo le dijimos que sí, yo por supuesto puse un precio más alto del boleto, pero mi hermano y el sujeto me vieron con cara de «¡no inventes!». Así que después de recibir $550 por cada boleto, entrar gratis y diez horas de rock, regresé a casa sonriente y pensando que jamás volvería a vivir otro portazo, hasta que…
Doce años después de ese legendario portazo, me encontraba muy tranquila sentada en el inodoro, algo cansada, pero relajada, cuando de la nada, un sujeto de 80 cm corrió y derribó la puerta del baño, me saludó con su sonrisa pícara y se sentó mientras yo asustada trataba de comprender lo que había pasado. Ese tipo de portazos, personas lectoras, nunca me los hubiera esperado, pero cuando tienes hijos, ellos son fan de meterse y observarte hasta que terminas de hacer lo tuyo, y a veces ni te dejan terminar.
He experimentado el apego (hijo-madre, madre-hijo), entiendo esa necesidad emocional y física de la criatura que engendraste en tu vientre, alimentaste y trajiste al mundo, ¿pero no dejarte ni ir al baño? Eso no lo comprendo. A lo largo de estos siete años como madre, no he tenido uno, ni dos portazos del baño, he tenido infinidad, y con dos criaturas, hasta se ponen a platicar adentro. Cuando les he ganado la carrera de la sala al sanitario y pongo el seguro a la puerta, sin dejar de amarlos, los oigo susurrando afuera, asomados por debajo de la puerta, tocan, gritan y mueven la perilla con sus pequeñas manos, hoy me da risa, pero ni el portazo del Vive, ni el primero de Décimo Meridio, se me van a olvidar.
Moraleja, cierren bien el baño, vivan y dejen vivir.
Nos leemos otro viernes de Mamá Rockera.
Au Revoir!
Fotos: Internet
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