
Bye Mónica Nitro
El ciclo de la mujer estuvo dictaminado, durante muchos años, como: naces, creces, te reproduces y maternas hasta la muerte.
Hoy en día lo hemos modificado a tal grado que la reproducción, por fin, se ha convertido en una opción y no una obligación de vida, de género.
Aunque todavía existe una gran presión hacia las mujeres respecto a la maternidad. Si los tienes, si no los tienes; a qué edad los tienes, si los tienes y se los queda el papá, y un largo etcétera.
Si me preguntan, personas lectoras, si recomiendo o no tener hijos, no sabría responderles. La maternidad y paternidad es una decisión y práctica muy diferente entre cada persona, aunque hay reglas o normas básicas de supervivencia para criar un ser humano, un humanito, la forma, modos y modales varían de acuerdo a nuestra propia crianza y aprendizajes de la vida. En conclusión, ¿quieres tener un bebé? Da por hecho que será una experiencia única, y que no tiene vuelta atrás.
Cuando me enteré de que sería madre, la primera vez, entré en shock, durante 24 horas pasaron por mi cabeza todas esas cosas que dejaría de hacer, las fiestas, los toquines, los conciertos, viajar, dormir tarde, despertar tarde, ir al cine, ser libre e independiente. En realidad no sabía ni cómo sería, pero así lo imaginaba. Sabía que mi vida y tiempo ya no serían míos. Después de atormentarme, o analizar la realidad, desperté entusiasmada, pues había un ser creciendo en mí, había un corazón más en mi cuerpo y cuando el Vaquero y yo escuchamos sus latidos por primera vez, la vida nos cambió por completo.
Esa sensación única, ese sentimiento inexplicable, esa emoción, los suspiros al aire, la sonrisa al caminar, los abrazos infinitos y el mirar cada etapa de tus hijos o hijas con una sonrisa de oreja a oreja, lo llamo «maternidad romántica». Claro que existen, claro que se sienten, se disfrutan, pero también se oculta esa parte de la maternidad que duele y atormenta, aunque nos pese admitirlo.
Cuando nació Décimo Meridio, yo no había dormido en 48 horas, entre el parto y el no saber cómo amamantarlo, la salida del hospital, la llegada a casa, el llanto interminable, yo no había podido conciliar el sueño. Así que cuando llegó la segunda noche del pequeño, yo estaba exhausta. Mi cuñada llegó por la noche a la casa a enseñarnos a bañarlo, lo hicimos bien, siguió con vida y sano, sin embargo, la siguiente noche, yo tenía tanto cansancio que cometí un grave error.
Recuerdo que calentábamos agua con hojas de lechuga, para que le ayudara a relajarse y conciliar el sueño, porque los bebés no están conscientes del día y la noche y entonces lloran, comen y cagan cuando quieren, hasta que aprenden las rutinas del día a día. Colocamos el agua en la tina, le quitamos su pequeña ropa, y lo metimos a bañar. Para entonces yo estaba de pie, pero dormitaba. Le puse shampoo y luego le eché agua con un bote pequeño de crema Alpura. Después el Vaquero talló su cuerpecito, y cuando le eché agua de nuevo, ¡zaz! Se la eché en la boca y la criatura la tragó.
En ese momento desperté de mi letargo y empezó mi primera crisis de angustia. Los médicos te indican que no se les dé ningún líquido que no sea leche materna o de polvo, aunque hace décadas les daban hasta té, hoy no es recomendado. Pues el pequeño Décimo Meridido había ingerido agua, y agua de la llave, y agua de la llave que le echó su mamá. «Mala madre! Descuidada», así me flagelé esa noche. El Vaquero empezó a ver cómo mi cara cambiaba, de cansancio a angustia y desesperación, y me mandó a dormir. Cuando desperté, varias horas después, el Vaquero dormía con Décimo en sus brazos, la siguiente vez que desperté, ya tenía al chamaco amamantando.
A Décimo Meridio no lo saqué a la calle hasta los tres meses, con ocho cobijas, en su carriola del tianguis y de regreso a casa. Décimo fue un bebé sano una vez que terminaron los cólicos y encontramos a un pediatra tipo Dr. House de los niños. De ahí en fuera ha sido todo un señor, platica como adulto, se entretiene con sus juguetes, su tableta, y sólo es un poco lento en las mañanas. Pocas veces ha enfermado del estómago y cuando le da la gripe moderna, porque los virus han mutado, a los tres días ya está recuperado.
Por otro lado, tanto el embarazo de el Mónico como su vida, han tenido muchos episodios de angustia. Empezando por una amenaza de aborto a los tres meses, justo seis días después de haber anunciado su presencia en el mundo. Un paro con cubrebocas y sin anestesia. Le siguió el terrible accidente que tuvimos, del cual fue un sobreviviente. Después su primera crisis (convulsión) de la epilepsia, la segunda, tercera, cuarta, quinta y sexta. Estudios, análisis de sangre, hospitalización por neumonía, constantes problemas con los bronquios. Noches de desvelo, médicos y medicinas.
Dice mi mamá que al ir creciendo se vuelven más fuertes, espero que no sea hasta los 30. La maternidad con El Mónico es diferente a la de Décimo, he desarrollado ansiedad en sus peores momentos de salud, cuando enferma todo se nubla en casa. Pero cuando se recupera la luz vuelve a iluminar cada día. El Mónico no tiene idea de estos sentimientos, como les dije arriba, es un sobreviviente. Fuerte y resiliente, yo soy la chillona.
Angustia, preocupación, miedo, dolor, cansancio, frustración, desesperación, son los sentimientos que la maternidad romántica ha escondido, pero que yo identifico al ejercerla. Y son eternos, niños chiquitos, problemas chiquitos, niños grandes, ya lo descubriré. Hasta el momento pareciera que detesto la maternidad, para nada, detesto lavar trastes, doblar ropa, pero amo estar con mis hijos, con todo y esos sentimientos. Como se los dije arriba, yo no puedo decir si deben o no tener hijos, sólo puedo compartirles mi experiencia, y esa ha sido con buenos y complicados momentos. No hay más.
Tengo una amiga que dice que mis hijos son «calienta úteros», porque salieron chulos y están bien chispa. Con todo y los días de enfermedad, sus abrazos reinician a cualquier persona, te gusten o no los niños, es esa sensación limpia sin prejuicios y honesta que tienen los niños y niñas.
Yo aprendo mucho de ellos, no sólo de los míos, cuando están en el juego del restaurante de la cajita feliz, entre todos los niños y niñas ayudan a subir al que no puede; te dicen directamente si tienes mocos en la nariz, si tienes mal aliento, si pareces chango o te ves bonita.
Ya no creo en la maternidad romántica, creo en mi propia maternidad, y hoy 10 de mayo no sólo valoro más a mi mamá, por su fortaleza, por su amor infinito a nosotros, por seguir de pie; también valoro a todas las mamás que crían solas o con ayuda de sus madres, que son juzgadas sin saber todo lo que implica ser madre.
Y respeto a quienes decidieron no serlo, la maternidad no es una obligación, es una elección y no es de color rosa, es de muchos colores, se disfruta y se sufre, como cualquier aspecto en la vida. Pero esto es desde mi perspectiva, no soy experta, para mí cada día es una nueva oportunidad para mejorar mi relación con mis hijos, y para nada he sido perfecta.
Terminaré este texto con una de mis últimas vivencias como mamá.
Hace unos días salí de viaje por trabajo, a diferencia de otros años, he ido soltando la crianza de mis hijos. El Vaquero sabe perfectamente y conoce de pelo a dedo, a cada una de sus criaturas, así que, de dejar instrucciones precisas inamovibles y monitoreadas para cuidarlos mientras yo no estoy; pasé a escribir sólo cuando me necesitan o cuando podemos videollamarnos para saludar. Ceder el control y soltar el cordón. Esos días el trabajo estuvo agitado, fue una gran experiencia.
El último día de viaje tanto los niños como yo, ya nos preparábamos para vernos. El Vaquero los acostó en nuestra cama porque llegué de madrugada y ellos querían recibirme ahí. Llegué desvelada, despeinada y sudada.
Dejé las maletas, me quité los tenis y me acosté en medio de los dos. El Mónico me olió, no porque oliera feo (risas), tal vez sí, pero su acción es de reconocimiento, me olió, acercó su carita a mí y con los ojos cerrados me dijo: ¡Mamá, estás aquí! Mientras Décimo me abrazaba. Duramos así 40 minutos, después tuve que levantarme para empezar la rutina de cada día: lunch, uniforme, pendientes del trabajo, etc. Pero esos 40 minutos, me dieron la paz que nunca había sentido en mi vida sin su existencia. Yo no puedo decirles, personas lectoras, si deben o no tener hijos, sólo que estén conscientes de compartir su vida, su tiempo, su dinero, con esos seres, que al menos los míos, me hacen sentir completa en esta vida.
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